Entradas

Avisos (I)

  Mi justo vivirá por la fe; por sus frutos los conoceréis           La fe es poseer lo que se espera. Pero, si lo único que esperamos son cosas materiales y puestos distinguidos, nuestra fe será un fracaso, un engaño. Porque si hay algo a lo que nos lleva la fe es a dar la vida, único modo de vivir, y no a guardarnos a nosotros mismos. Cuando el agua se guarda mucho tiempo, y más en un entorno empantanado, no puede menos que llenarse de bichos y estancarse. Así sucede en nosotros cuando nos sobre-reservamos, que nos llenamos de pensamientos de muerte. Bien dijo Santiago que la fe sin obras es un fe muerta, putrefacta. De hecho, los asesinos de Jesús eran los mismos que tenían la fe puesta en la llegada del Mesías. Con esa fe crucificaron al mismo Mesías. Así podemos hacerlo nosotros si no perseveramos en las buenas obras. "Por sus frutos los conoceréis"; "no puede el árbol malo dar buen fruto".       Con lo anterior, pensemos en lo fácil que es volvernos una comuni

Imagen y semejanza III. El modelo perfecto

           Es tarea pendiente preguntar por el valor de la persona y cómo actúa Dios en nuestras vidas. Estas preguntas están sumergidas en nuestro interior y tienen sus respuestas, porque Dios quiere que todos lleguemos al conocimiento de la verdad (1 Tm 2, 4).  Pero para ello hay que acoger la verdad de nuestras vidas, es decir las cosas como las vemos y vivimos. Esto es de suma importancia porque Dios obra en nosotros desde la realidad en la que estamos inmersos, aunque a veces ésta tenga sendas ataduras y carezca de orientación. Lo que no reconocemos y no nombramos termina apoderándose de nosotros, y solo Aquel que nos conoce puede ayudarnos a desprendernos de lo que nos sobra y ser mejores.         Este  primer acto de reconocimiento es imparcial y necesario, porque Dios es un Espíritu que se mueve y se conmueve, enteramente libre, y nos atiende según nuestra sinceridad y transparencia. De hecho, la sinceridad de corazón es la puerta de entrada a los dones de su Espíritu, siendo é

La verdad sobre Dios

  La guerra contra Dios se remonta hasta Adán y Eva, y empieza con la creencia de que no es necesaria la acción de un Dios que gobierne y haga posible la vida. En el capítulo del Génesis, concretamente en el pasaje de la caída, la serpiente engañó al ser humano haciéndole creer que sería igual a Dios si lo desobedecía comiendo del árbol del bien y del mal. La seducción de la serpiente era hacer creer al hombre y a la mujer que con el conocimiento del bien y el mal serían iguales a Dios en poder y dignidad. Esto supuso la caída del ser humano y la desconexión con Dios. Desde entonces el ser humano vive en guerra con Dios, producto de su guerra interior.  Y, ¿Cuál ha sido el proceder de Dios para salvar a la humanidad? Por palabras y obras, y finalmente por el Testimonio de su Hijo. En el estudio sobre Dios (Teología) se habla del Testimonio como un instrumento poderoso que actúa por la autoridad de la persona. Este es el principal instrumento utilizado en el ámbito del derecho. Fijémono

El poder de un rey

     Hoy me han preguntado qué clase de Dios deja morir a su hijo en una cruz. La pregunta es muy atrevida, desde luego, pero no le falta ninguna razón, por lo menos desde nuestra concepción del poder. El poder es la capacidad de influir en el entorno y está asociado con la grandeza, el destacar, el prevalecer. Humanamente todos razonamos así sobre el poder, y humanamente todos buscamos ese poder que nos haga vivir más y mejor que el resto. Ese poder que es la prolongación de uno mismo y se materializa con la posesión de todo lo demás. Un poder que podríamos llamar humano, por lo menos en su instinto más primario y de supervivencia.       Entonces, "si Dios es todopoderoso por qué deja morir a su hijo" es una sentencia que nos lleva a varias ideas y que son bien conocidas entre personas ateas: negar la bondad de un Dios que deja morir a su hijo, o negar la divinidad del hijo, que se deja matar por los pecadores y que siendo Dios es capaz de morir. Seguimos en la línea de un p

Si Cristo...

  Aquí algunas razones por las que seguir a Jesús no puede suponer una imposición sino el más alto grado de libertad para la persona, a mi parecer, y que merece toda consideración para la razón, la voluntad y el corazón. Pues si Jesús es Cristo, entonces... 1. Si Cristo asume la naturaleza humana entonces todas las personas, sin distinción de sexo, procedencia, estatus social, etc. son objeto de su redención (Jn 3,17). 2. Si Cristo asume una cultura, ya sea la judía, pero una cultura en particular, entonces toda cultura merece voz para que sea purificada, no negada, por el mismo Cristo.  3. Si Cristo se descalza y se hace pobre, entonces el Reino de la paz y la justicia no es solo para religiosos, sino para los pobres, los necesitados y todos aquellos que están considerados fuera de la Ley (Lc 12, 32; Mt 5, 10). 4. Si Cristo escogió a pecadores y publicanos (cobradores de impuestos) para ser sus discípulos y mensajeros de su vida, entonces la Iglesia no se reduce a los más religiosos,

Imagen y semejanza (II)

       Nuestra vida se decide por dos grandes aperturas, a saber, las que más nos condicionan por dentro y por fuera. La primera es la apertura al ser humano, al otro Yo, y la segunda es la apertura a la Trascendencia, a lo divino. Nosotros estamos siempre vinculados y decididamente condicionados por nuestro entorno, o más bien, por las personas de este. El ser humano, individual y social, está hecho para vivir con otros, y el cristianismo lleva esta expresión a una nueva forma de vivir, al vivir por otros.      Las personas estamos hechas para estrechar lazos con otras personas, pero de fondo hay algo más que un elemento de desarrollo de la propia identidad -al interaccionar con otros-, sociológico, antropológico o fenomenológico. Detrás de nuestra necesidad de estar con otros está nuestra apertura, decíamos, al otro Yo. En esta necesidad de estar con otras personas está el primer y más eficaz movimiento de salida hacia fuera, y paradójicamente de encuentro con uno mismo. Pero, esta n

Imagen y semejanza (I)

  Le hiciste por un poco inferior a los ángeles (Hb 2, 7)           El hombre tiene una predisposición connatural al bien y a la verdad. Una depende de la otra, porque toda forma de bien participa de una verdad que supera los límites de la razón y la cultura, y, asimismo, toda verdad responde a toda suerte de bien. Son un binomio del ser que nos asegura una vida digna, justa y plena. De hecho, valores como la justicia son como los amigos del bien y la verdad: no hay justicia si no hay un mínimo de verdad, no hay verdad si no hay un mínimo de bien. La justicia se despierta en nosotros como alarma frente a lo que no está bien, precisamente porque confabulamos en nuestro interior con el bien y la verdad. ¿Acaso no es esto lo que nos distingue de los animales?               Hay una suerte de tendencia moral en todo hombre que supera los límites de la razón y la cultura, y verdaderamente es una suerte, porque permite al hombre trascenderse a sí mismo, ir más allá de lo que conoce. Esta tend